Historias de Teteria Camellia

Parte 2

En esta entrada, les presentamos la segunda historia de Cindy Muñoz, quien creo una serie de historias basadas en la teteria:

Parte 2

Té lágrima: crisálida de cargas que fluyen

La cúspide del día se hizo notar cuando el reloj reclamó el mediodía. La teteria mantenía sus puertas abiertas prácticamente todo el día y, no obstante, ningún día era igual al otro, debido que los clientes solían ser transitorios, pero también los había fijos como Guille y su abuela Clara; su ya amigo Bastián y su pareja Sarah, y otros tantos, que hacían este cálido espacio su paradero de pausa necesaria. Salir de esa rutina tan absorbente que se encargaba de marchitar corazones demasiados ensimismados con sus propias cargas, tanto así, como el par de amigas que ingresó justo en ese momento a la teteria y se sentaron en una mesa próxima.

Helena divisó a sus compañeros ocupados en sus propias labores y se encaminó hacía las nuevas clientas.

—Bienvenidas a la teteria Camellia ¿Saben que se van a servir?

—Yo quiero un café bien cargado, por favor. Necesito despertar, mi jefe cree que no necesito dormir y me da más trabajo apenas me ve —se quejó una de las recién llegadas.

—Sabes muy bien que no te traje aquí para tomar café —enarcó una ceja su amiga.

—No creo que un té tenga el mismo efecto en mi —indicó pesimista—. ¿Y si vamos a la cafetería de la última vez?

—No Andrea, queda demasiado lejos y tanto café te hará mal. Además, prometiste darle una oportunidad al té.

—El café no hace mal, Cristina. Me mantiene funcional —se apuntó a sí misma.

—Bueno todo en abundancia es malo, y debemos variar de vez en cuando.

Helena manteniendo su posición a la espera de algún consenso entre las mujeres, decidió interrumpir. — Si me permiten, le puedo ofrecer un té energizante, es justo lo que necesitan para mantenerse activas.

—¡Estupendo! —exclamó Cristina leyendo las opciones escritas en el individual en frente de ella—. Creo que probaré un té lágrima.

—En serio, ¿Quién llama lágrima a un té? —dijo burlona Andrea.

—Es debido a que las hojas té provienen de la isla de Srilanka y ésta… —Helena apuntó a una de las paredes del local— tiene la forma de una lágrima —indicó con paciencia—. Enseguida regreso con sus pedidos.

—Vamos, has estado muy estresada. Deja de ser tan pesada por unos minutos… hace mucho no nos vemos —oyó decir a Cristina mientras se alejaba.

A menudo, algunos clientes no entendían los nombres y sus significados, y asumían que habían sido elegidos a la ligera. Y la mujer en frente de ella, se había burlado sin antes probar su sabor y cobrarle sentido a todo. Helena giró sobre sus talones y determinó que la haría cambiar de opinión, o al menos, lo intentaría. Tenía confianza en lo que vendían, porque conocía todo el trabajo que había detrás desde la selección de la materia prima hasta el producto final, las interminables noches que sus padres pasaban investigando, negociando y probando ellos mismos hasta encontrar el balance perfecto y pese a todo el trabajo, tenía tiempo para compartir con los Camellia lovers cada domingo. Conocía cada arista del negocio, más la dedicación que les brindaba sus padres al hacer algo que les gustaba, les ganaba en admiración.

—Aquí, té lágrima para consumir en días de gran actividad.

—Mierda… —las palabras se deslizaron de su boca apenas reconoció el sabor. Andrea cerró los ojos y sintió una punzada de nostalgia que no pudo detener, no se sentía mal, solo nostálgica por el recuerdo que acaba de desenterrar desde el fondo de su corazón.

—¿Qué sucede? ¿No te gustó? Está bien, no te insistiré de nuevo.

—No es eso. Este té —dio otro sorbo a su taza y reafirmó su pensamiento—, es el que me preparaba mamá para mis maratones de estudio. Nunca probé algo similar, yo… lo intenté, pero nada, solo el café me ayudaba a dar con la carga.

—Espera… Andrea, ¿Estás llorando? —señaló Cristina preocupada.

La aludida se apartó la lagrima que se abrió camino por su rostro, incluso creyó escuchar el eco que hizo al terminar sobre el plato de porcelana. Un calor se extendió por su cuerpo, una energía desmanteló las acciones mecánicas de su mente y se cobijó en ella.

—Estoy bien, estoy bien. Solo sorprendida de todo lo que había acumulado sin darme cuenta, y este sabor me lo acaba de recordar.

—Por supuesto, si te lo tomaste literal —rio su amiga.

—Ya, no me molestes —pidió avergonzada a Cristina y luego dirigió su mirada a Helena que permanecía cerca de ellas—. Gracias por la acertada sugerencia, señorita. Me verá muy seguido por aquí.

—¡Genial! Sean bienvenidas y sigan disfrutando —Con una leve reverencia hacía el par de amigas, Helena regresó hacía el mesón principal escuchando los últimos ecos de aquella mesa.

—¿Es así? —Cristina enarcó una ceja hacía su amiga.

—¡Por supuesto! —afirmó Andrea con una sonrisa genuina.